Una preocupación que siempre me ha acompañado ha sido conciliar el arte contemporáneo con la práctica amateur. Hoy por hoy por un lado encontramos el trabajo de artistas profesionales que ofrecen nuevas lecturas del mundo que nos toca vivir, y del otro, una práctica amateur que mayoritariamente repite modelos y estereotipos arcaicos. En el teatro está práctica es más que evidente y la actividad amateur se queda en mera comedia; pobremente interpretada en un intento de emular a los intérpretes reconocidos.
No tiene mucho sentido considerar la práctica amateur o “comunitaria” si los resultados no ofrecen nada nuevo, si sólo ofrecen entretenimiento barato para familias y amigos; la justificación de la “cohesión social” no se sostiene por si sola. Tampoco me contento con pensar que en la práctica “comunitaria” lo que importa es el proceso y no el resultado ya que si el proceso es bueno, el resultado que se muestre debería estar a la altura de este proceso.
Mi impresión es que hay que cambiar la cultura de la práctica amateur adaptándola a los nuevos tiempos y que hay que exigir una ambición artística de la cual en la mayoría de los casos se carece. Anteponer calidad, contemporaneidad y profesionalidad no ha de ser contradictorio con el trabajo de personas que sienten las artes escénicas lejos de su actividad habitual o como vehículo para conectar con la realidad de las personas de su entorno.
Explico esto porque hace un par de semanas tuve la oportunidad de ver un trabajo del grupo de teatro holandés “Rotterdams Wijktheater – RWT” (la traducción más o menos sería “Grupo de Teatro Comunitario de Rotterdam”). Este grupo de teatro es un buen ejemplo de la manera efectiva con que se puede trabajar con las personas del barrio y hablar de la realidad del entorno que les rodea. En realidad se trata de un grupo profesional que realiza todas sus producciones con gente amateur. Durante un periodo de tiempo realizan un trabajo de dramaturgia e interpretación con la gente del barrio, de manera que al final sale un espectáculo interpretado por los propios vecinos que hablan de la realidad cotidiana de ellos mismos.
El espectáculo que pude ver en Rotterdam se titulaba “Kaap Goede Hoop” (Cabo de Buena Esperanza) y hacía un recorrido por un barrio degradado de la ciudad en donde sus habitantes explicaban sus vivencias, recuerdos y relaciones. Durante cuatro horas y en distintos espacios del barrio, los vecinos revivían su pasado y se enfrentaban al presente multiétnico e intergeneracional con total voluntad de superar las diferencias que los separan.
Lo más interesante de la experiencia es que los actores se enfrentaban a sus personajes con total naturalidad sin querer expresar nada más allá de lo que ellos mismos son. Por otra parte se utilizaban los recursos expresivos que cada uno de ellos posee sin querer obtener resultados de sus carencias naturales. Además, la acción se adaptaba a los espacios que se visitaban (casas de vecinos, bares, gimnasios, patios, etc.) y no al revés, de manera que el relato era perfectamente coherente con el entorno.
En definitiva, la apuesta por un teatro participativo, comunitario o amateur además de ser totalmente necesaria para ampliar la actividad artística en nuestra sociedad, debe ser hecha con rigor, primando la calidad, utilizando los recursos escénicos naturales de las persones y hablar de la realidad profunda de estas personas y sus comunidades.