Publicado originalmente en La Coctelera el 18-Febreo-2006
En momentos de flaqueza, una de los cuestionamientos que más nos hacemos los que trabajamos en la cultura gira alrededor de la necesidad de las artes. A este reto me respondo: las artes son un elemento fundamental para el desarrollo humano, nos hacen ser creativos, emocionales, sensitivos, sensibles, imaginativos, etc., etc. Pero, sobre todo, nos permiten soñar. Dicho propiamente, las artes tienen legitimidad por si mismas.
Pero no me permito detenerme en este principio, por si solo se queda incompleto. Hay que ir más lejos, y definir como tiene que ser la cultura. Para mi la cultura tienen que ser accesible a todo el mundo, participativa y contemporánea (véase creativa). Estos valores son indisociables a una idea progresista del arte cuando considerara que la cultura es reflejo de la sociedad.
Cunado nos referimos a los valores instrumentales de la cultura, nos referimos a la cohesión social, la integración, el desarrollo económico (trabajo, turismo, riqueza, etc), la educación, etc. Objetivos importantísimos por ellos mismos pero que no deben condicionar el trabajo artístico. Por el mismo motivo hay que considerar las artes por ellas mismas y no por su valor instrumental. En el caso que las razones instrumentales se prioricen la creación artística pierde vigor, se banaliza, se degrada, se traspasan los límites de la creación para pasar a la cultura del espectáculo y del show-bussines. Se potencian los macro eventos, las políticas artístico-sociales de baja calidad y el diletantismo de la gestión cultural. En España esta ha sido la situación desde que se desvaneció el impulso creativo de los 70s.
Desgraciadamente la mayoría de políticos solo entienden los argumentos instrumentales. Lástima.
Existen, y lo vemos a diario los que trabajamos en el mundo de la cultura, casos extremos de instrumentalización de la cultura por parte de algunos políticos e instituciones. Esto tiene mucho que ver con el importante déficit de cultura democrática que padece nuestro país en las instituciones y la sociedad. La instrumentalización política se nutre de malas prácticas: amiguismo, clientelismo, corporativismo, uso interesado, etc. de las cuales tanto participan los políticos como los artistas, los gestores y los colectivos culturales. La falta de transparencia, las subvenciones otorgadas sin criterios objetivos por personas sin capacidad, la no evaluación de los proyectos culturales, los déficits encubiertos, el nombramiento a dedo de los directores de las instituciones culturales y un largo etcétera son ejemplos de estas malas prácticas. Pero, el caso más grave se produce en el momento en que el artista reduce su capacidad crítica y se adapta a lo que la institución quiere oír.
La solución pasa por que a todos los niveles de la sociedad se incremente la cultura democrática. Pero esta es una solución a largo plazo. En el camino hay que intentar distanciar la cultura de la política. Los Consejos de las Artes y la gestión de proyectos culturales por estructuras independientes sin ánimo de lucro son el mejor modelo.
Hay que explicar a los políticos y a la sociedad la legitimidad del arte por si mismo y no por sus beneficios instrumentales. En general, los políticos no saben porque dan dinero a la cultura y hay que explicárselo. Para esto hay que crear plataformas independientes en que se abogue por una cultura creativa e independiente, y se denuncien los abusos de manipulación e instrumentalización de la cultura.