Uno de los estímulos de los artistas y trabajadores de la cultura en vivo es poder confrontarse con públicos y sociedades diversas y, de esta manera, hacer lecturas diferentes del proyecto u obra en función del origen cultural de sus destinatarios. En un mundo global, poder verificar la bondad de un trabajo y de la propia práctica artística ante personas con otros bagajes culturales se hace indispensable. En el camino se descubren nuevas fuentes de inspiración y aprendizaje, se comparten experiencias y, también, se abren nuevos circuitos por donde difundir las propias obras y el conocimiento adquirido.
Si para los artistas y trabajadores de la cultura la necesidad de moverse por el mundo es evidente, las trabas con las que se encuentran son numerosas; los estados y sus políticas fiscales, laborales y anti-inmigratorias son los principales responsables. Incluso en Europa donde está garantizada la libre circulación de personas y productos, las artes, por su excepcionalidad, lo tienen incluso más difícil viajar de un país al otro.
Es lamentable que los orgullosos ciudadanos europeos tratemos a los artistas de países de economías empobrecidas de manera diferente a los de los países ricos. Cuantas veces los que trabajamos en las artes en vivo nos hemos encontrado en la obligación de tener que suspender un concierto o gira por que a alguno de los artistas no se le concedía con tiempo un visado para entrar y trabajar temporalmente en la Unión Europea. Se ha hablado y propuesto en numerosas ocasiones la creación de un “visado cultural” para artistas extracomunitarios que contemple su especificidad como tal artista, pero todo ha sido en vano.
De todas maneras, los artistas de países de la Unión Europea también tienen dificultades legales para viajar por Europa. La política fiscal y laboral europea no contempla la especificidad cultural y artística. Así, un artista del Estado español puede pagar impuestos en otros países de Europa de hasta el 40%. Además, las leyes que regulan los derechos de los artistas asalariados y de los que trabajan por cuenta propia están muy lejos de estar armonizadas, cosa que crea importantes agravios y desventajas sociales y laborales en función del país visitado. Más aun hoy, en que las diferencias salariales entre los países del norte de Europa y los del sur se han incrementado, realizar un trabajo en colaboración entre trabajadores de la cultura de países de estas dos procedencias, resulta gravoso por las diferencias de capacidad económica de los unos y los otros.
Sobre las leyes fiscales referentes a la libre circulación de los trabajadores de la cultura y de las obras y proyectos culturales aún hay mucho que hacer. Sin embargo el camino parece que va a ser incluso más largo para el reconocimiento de que esta circulación tiene valor por encima del meramente mercantil. En el momento que el valor cultural sea reconocido en Europa, la movilidad y circulación de las obras artísticas se facilitará. Cuando Europa reconozca que la cultura ha de ser el principal elemento de cohesión y empoderamiento de sus ciudadanos y no una mercancía más para el lucro de sus mercaderes, podremos volver a hablar con realismo de la libre circulación cultural. En realidad, por ejemplo, si se pusiera el mismo empeño en facilitar la movilidad y difusión artística en Europa que en la protección de los derechos de propiedad de las obras, se avanzaría muchísimo más rápido.
Me parece muy bien Toni. Pero yo le darîa la vuelta, para preguntar ¿Quiên sentaría a un pobre a su mesa? Gracias por compartir el conocimiento que tienes sobre este tema.